Confía en Jehová, y haz el bien; Y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad. Deléitate asimismo en Jehová, Y él te concederá las peticiones de tu corazón. Encomienda a Jehová tu camino, Y confía en él; y él hará. Salmo 37.3-5
Varios evangelios mencionan a niños que vinieron a Cristo (Mt 19.13, 14; Lc 18.15-17; Mr 10.13-16). Algunos de ellos quizás se subieron a su regazo, mientras que otros tal vez se sentaron a sus pies. Podríamos imaginarlos haciéndole muchas preguntas, rogándole que les contara más parábolas y susurrándole secretos al oído. No es de extrañar que se reunieran en torno al Señor Jesús, quien nos ama de manera perfecta.
Contrastemos esta imagen de la cálida naturaleza del Señor con la imagen que algunos cristianos tienen de Dios: lo ven como un capataz que juzga y obliga con intimidación. Si bien es cierto que debemos obedecer los mandamientos de Dios, también debemos deleitarnos en Él como lo haríamos en la compañía de un buen amigo.
Cuando imaginamos a un Dios severo, terminamos dedicando mucho tiempo y energía tratando de “ganar” nuestra salvación. Pero la autoridad soberana de Dios está equilibrada de manera perfecta con un amor eterno e incondicional. Él quiere que sus hijos nos deleitemos en pasar tiempo con Él.
Nuestro Padre mira más allá de nuestros defectos. De hecho, por su gran amor, envió a Jesucristo para salvar nuestra vida de modo que podamos vivir con Él en el cielo por la eternidad. No existe un mejor amigo que Cristo.
Señor amado, ayúdame a confiar en Ti con todo mi corazón y a deleitarme en Tu amor inagotable. Enséñame a caminar en obediencia, no por temor, sino por gratitud. Que mi alma descanse en Tu soberana bondad y mi fe se fortalezca al rendirme por completo a Ti. En El Nombre de Jesús, Amén.