En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido. Juan 16:23-24
Si se te pidiera nombrar el deseo de tu corazón, ¿sabrías qué responder? Claro que todos tenemos una lista aparentemente interminable de cosas que queremos —un nuevo coche, un ascenso, sanidad, o respeto—. Pero esa lista cambia constantemente, así como cambian nuestros anhelos. La verdadera pregunta es: ¿qué hay de nuestros deseos más profundos?
Si nunca nos hemos detenido a meditar con oración sobre este tema, puede que ni siquiera sepamos cuáles son los verdaderos deseos de nuestro corazón. Y si ese es el caso, ¿cómo podríamos pedirlos al Señor? La respuesta es simple: no podemos.
En muchas de las cartas de Pablo, él usa una variación de la palabra griega epithymía, que significa “una pasión nacida de sentimientos profundos”. Esos deseos son buenos cuando provienen de Dios (Salmo 37:4).
No conocer los verdaderos anhelos del corazón puede llevarnos a ofrecer oraciones llenas de peticiones superficiales, en lugar de clamores sinceros. A veces el Señor responde con gracia a esas súplicas; otras veces, en Su misericordia, nos protege de deseos equivocados diciendo “no”.
¿Puedes expresar hoy el verdadero deseo de tu corazón? Si no, dedica tiempo esta semana a orar al respecto. Pídele al Señor que abra tus ojos para ver lo que Él desea para ti y para alinear tus anhelos con Su voluntad.
Padre celestial, examina mi corazón y revela los verdaderos deseos que has puesto en mí. Si hay anhelos que no provienen de Ti, elimínalos con tu sabiduría. Enséñame a desear lo que Tú deseas, a buscar tu voluntad sobre la mía y a confiar en tus tiempos perfectos. Que mis peticiones reflejen tu propósito y mi vida exprese tu gloria. Transforma mis deseos en caminos de obediencia y fe. En El Nombre de Jesús, Amén.