Un experto en administración del tiempo pidió una vez a un grupo de seminaristas que pensasen rápidamente en una lista de cosas que pudiesen hacer en una hora. Entre las numerosas respuestas escritas en el pizarrón se encontraron las siguientes:
Pasear al perro.
Cortar el césped.
Tener una amena conversación con mi cónyuge.
Visitar un amigo de edad avanzada o que se encuentre enfermo.
Descifrar un sueño.
Trotar por el parque.
Jugar a la pelota con mi hijo.
Escribir una carta largamente pospuesta.
Pagar las cuentas del mes.
Escuchar un CD completo.
Limpiar la pecera.
Jugar un encuentro de tenis.
El grupo se rió de algunas ideas y quedó serio ante otras. Al final de la sesión de dos minutos, habían hecho una lista de más de 100 cosas sugeridas. Cuando el experto en administración le pidió que señalasen la actividad que tuviese el mayor efecto a largo plazo, el grupo pensó durante un rato. Por inmensa mayoría, eligieron la idea que pudo ser explicada con una sola palabra: ORAR
No es tan importante cuántas horas dio, sino qué le dio a las horas. Y que mejor que darle a alguna de nuestras horas el manantial de la oración, para encontrarnos con nuestro Padre de los Cielos, y pedirle, alabarle, adorarle y poner en sus manos amorosas, poderosas e infalibles, todo lo que somos, aspiramos y deseamos, siempre para su mayor gloria y honra, y conforme a Su voluntad de bien.
Que el Señor nos dé la fuerza y la constancia para diariamente perseverar en oración.
Dios Te Bendiga.
Colosenses 3:23
Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.