Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón. Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará. Exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía. Salmos 37:4-6
La envidia es como una bola de nieve: comienza pequeña, pero mientras más rueda, más grande y destructiva se vuelve. Puede llenarnos de confusión, ansiedad y amargura, y alejarnos del plan que Dios tiene para nosotros. Cuando enfocamos nuestra atención en lo que no tenemos, terminamos resentidos hacia quienes sí poseen aquello que deseamos. Esa actitud no solo daña nuestro corazón, sino que también deshonra a Dios, porque en el fondo la envidia le dice: “No confío en que me das lo mejor.”
Si notas rastros de envidia o comparación en tu vida, confiésalo delante del Señor. Reconoce que has estado mirando lo que Él hace en la vida de otros en lugar de enfocarte en lo que está haciendo en la tuya. Agradece por las bendiciones que Dios da a los demás y pídele que ponga amor y contentamiento en tu corazón. Luego, vuelve tu mirada hacia el Padre y recuerda Sus promesas.
Medita en la verdad de Salmos 37:4-6: cuando te deleitas en el Señor y confías en Él, te concede los deseos más profundos de tu corazón, aquellos que están alineados con Su perfecta voluntad.
No permitas que la envidia te robe el gozo ni las bendiciones que Dios quiere darte. Si la dejas crecer, se convertirá en una raíz amarga. Pero si la entregas a Dios, Él renovará tu mente, te llenará de paz y te recordará que Su plan para ti es bueno, único y suficiente.
Señor, límpiame de toda comparación y envidia. Enséñame a confiar en Tu bondad y a disfrutar plenamente del plan que has trazado para mi vida. Que mi corazón se deleite en Ti y encuentre contentamiento en Tu voluntad. Gracias porque siempre me das lo mejor. En el Nombre de Jesús, Amén.