Versículo:
Bueno me es haber sido humillado, Para que aprenda tus estatutos. Mejor me es la ley de tu boca Que millares de oro y plata. Salmos 119:71-72
Comentario:
El salmista se regocijaba en medio de la aflicción porque entendía que las pruebas profundizaban su conocimiento de Dios. No solo su mente era instruida, sino también su corazón y su espíritu eran enriquecidos. Las lecciones que aprendía acerca de la fidelidad, la gracia y la justicia del Señor tenían para él un valor mayor que cualquier riqueza material.
La aflicción tiene un impacto poderoso en la fe del creyente. Basta pensar en cómo se desarrolló la relación de David con el Señor mientras huía de Saúl. Los años transcurridos entre su victoria sobre Goliat y su ascenso al trono estuvieron llenos de desgaste y exigencia. Sin embargo, esos desafíos lo formaron como líder sabio, guerrero valiente y siervo humilde de Dios.
Los salmos revelan que las luchas de David le enseñaron dependencia, perseverancia y muchas otras virtudes espirituales. Al mismo tiempo, el Señor lo consoló aun mientras estiraba su fe (Salmo 86:17). Por medio de la aflicción, Dios también nos moldea para que podamos consolar a otros (2 Corintios 1:4). El mensaje que llevamos es claro: Dios es suficiente. Él basta cuando el pozo es profundo, el obstáculo alto y el sufrimiento prolongado.
El creyente es un aroma fragante en el mundo (2 Corintios 2:14): llevamos ánimo al desalentado, alivio al herido y el mensaje del amor de Cristo a todos.
Oración:
Señor, ayúdame a ver la aflicción con ojos espirituales y a reconocer tu obra formadora en medio de ella. Enséñame a depender de ti, a perseverar con fe y a valorar tu verdad más que cualquier riqueza. Usa mi historia para consolar y fortalecer a otros, y permíteme reflejar el aroma de Cristo en todo lugar. En El Nombre de Jesús, Amén.