Versículo:
Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Isaías 9:6
Comentario:
A veces, las expectativas irreales o los conflictos con quienes amamos pueden robarnos el gozo y dejarnos desanimados.
Pero ¿cómo puede Jesús ser nuestro Príncipe de Paz cuando sentimos todo menos paz? Para entenderlo, debemos comprender lo que Su título realmente significa. Jesús no vino para eliminar todos los conflictos del mundo —al menos, no todavía—. Él prometió que en este mundo tendríamos aflicciones (Juan 16:33). Sin embargo, también nos ofreció una paz diferente: una paz interior que trasciende las circunstancias.
Cuando Cristo vino a la tierra, Su propósito fue traernos paz al reconciliarnos con el Padre. Su muerte en la cruz pagó por completo nuestra deuda, restaurando nuestra relación con Dios. Ahora, esa reconciliación nos da acceso a una paz divina, una serenidad profunda que llena el corazón y la mente, sin importar lo que esté sucediendo alrededor.
Así que pregúntate: ¿tu vida refleja esa paz interior que proviene de confiar plenamente en Jesús? Aparta cada día un momento para fijar tu mirada en Él. Permite que sane tu corazón, aquiete tus pensamientos y calme tu espíritu.
Oración:
Señor Jesús, gracias porque Tú eres mi Príncipe de Paz. En medio del ruido y las preocupaciones, enséñame a detenerme y a descansar en Tu presencia. Llena mi mente con Tu serenidad y mi corazón con Tu consuelo. Que Tu paz gobierne mi vida y fluya a través de mí hacia los demás. En el Nombre de Jesús, Amén.