Hijo mío, no te olvides de mi ley, Y tu corazón guarde mis mandamientos; Porque largura de días y años de vida Y paz te aumentarán. Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad; Átalas a tu cuello, Escríbelas en la tabla de tu corazón; Y hallarás gracia y buena opinión Ante los ojos de Dios y de los hombres. Proverbios 3:1-4
El Señor dijo a Sus discípulos: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto.” (Juan 15:5).
Cuando vivimos de acuerdo con los planes de Jesús y bajo el poder del Espíritu Santo, dos cosas se harán cada vez más evidentes en nuestra vida:
- Atesorar la Palabra de Dios en nuestro corazón.
Al estudiar la Biblia, aprendemos sobre el carácter, los planes y las promesas del Señor. La lectura constante de Su Palabra nos ayuda a pensar de manera bíblica y a profundizar nuestra relación con Él. Cuando realmente valoramos Su Palabra, nuestra conducta cambia: nuestras decisiones se alinean con Sus principios y nuestras acciones reflejan el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23). - Adornarnos con bondad y verdad.
Estas dos virtudes deben acompañarnos siempre. El Señor nos llama a hablar con la verdad, pero también a hacerlo con compasión y ternura. La bondad protege nuestras relaciones y evita la división; la verdad fortalece los lazos y promueve la paz.
La vida cristiana es un viaje lleno de abundancia, pero también de desafíos (Juan 10:10; 1 Pedro 4:12). Aun así, debe caracterizarse por la fructificación que proviene de seguir fielmente a nuestro perfecto Guía y Compañero: Jesucristo.
Padre celestial, gracias por Tu Palabra, que ilumina mi camino. Enséñame a guardarla en mi corazón y a vivir de acuerdo con ella. Revísteme cada día de bondad y verdad, para que mis palabras y acciones reflejen Tu amor. Haz que mi vida sea fructífera para Tu gloria. En el Nombre de Jesús, Amén.