Contenido
Levítico 22 – La pureza de los sacerdotes y las ofrendas sagradas
Levítico 22 enseña que acercarse a Dios no es un acto casual, sino un privilegio sagrado que requiere pureza, respeto y obediencia.
Los sacerdotes, como representantes del pueblo, debían servir con un corazón limpio, y los sacrificios ofrecidos debían ser sin defecto, reflejando el carácter perfecto de Dios.
Estas leyes revelan que la santidad no admite mediocridad. Dios no acepta lo que sobra, lo dañado o lo impuro; Él merece lo mejor de nuestras vidas, de nuestro tiempo y de nuestros recursos.
La pureza externa apuntaba a una realidad interior: el servicio a Dios debe hacerse con corazones íntegros y reverentes.
El sacrificio “sin defecto” anticipa a Cristo, el Cordero sin mancha ni contaminación (1 Pedro 1:19), cuya perfección fue suficiente para redimirnos por completo.
Así como el sacerdote debía cuidarse para no profanar lo santo, los creyentes hoy somos llamados a honrar el nombre de Dios con una vida consagrada, ofreciendo no animales, sino nuestras propias vidas como “sacrificios vivos, santos y agradables a Dios” (Romanos 12:1).
Este capítulo nos recuerda que servir a Dios es un honor que exige pureza, gratitud y respeto, porque el Dios al que adoramos es santo y digno de lo mejor.
- Los sacerdotes y la pureza en el servicio (Levítico 22:1-9)
- Jehová habla a Moisés para advertir que los sacerdotes no deben profanar las cosas santas que los israelitas presentan a Dios (v.1-2).
- Si alguno de los sacerdotes estuviera impuro —por lepra, flujo, contacto con cadáveres o animales impuros— no podía comer de las ofrendas sagradas hasta purificarse (v.3-7).
- Debían lavarse con agua y esperar hasta la tarde para ser limpios (v.6-7).
- Quien violara esta regla moriría por su impureza, pues Dios exige santidad absoluta en el servicio (v.9).
2. Quiénes pueden comer de las ofrendas sagradas (Levítico 22:10-16)
- Ningún extraño, huésped o jornalero del sacerdote podía comer de las cosas santas (v.10).
- Pero las personas nacidas en su casa o compradas con dinero podían comer de ellas, pues formaban parte de su familia (v.11).
- Si alguien comía por error una ofrenda sagrada, debía añadir una quinta parte y devolverla al sacerdote (v.14).
- Dios advierte que las ofrendas son santas y no deben ser tratadas con descuido o familiaridad (v.15-16).
3. Requisitos para los animales ofrecidos en sacrificio (Levítico 22:17-25)
- Jehová ordena que todo sacrificio —sea holocausto, voto u ofrenda voluntaria— debía presentarse sin defecto (v.19-20).
- No podían ofrecer animales ciegos, cojos, mutilados, con sarna, úlceras o deformidades (v.21-22).
- Tampoco podían ofrecer animales defectuosos aunque fueran de extranjeros (v.25).
- Dios merecía lo mejor y lo más puro, porque los sacrificios representaban la perfección del Redentor venidero.
4. Normas sobre los animales recién nacidos y los sacrificios de gratitud (Levítico 22:26-30)
- Un becerro, cordero o cabrito debía permanecer siete días con su madre antes de poder ser ofrecido (v.27).
- No se debía matar al animal y a su madre el mismo día (v.28).
- Los sacrificios de acción de gracias debían comerse el mismo día y no dejar nada hasta la mañana siguiente (v.29-30).
- Esto enseñaba respeto por la vida y gratitud sincera hacia Dios.
5. Recordatorio final: la santidad de Dios (Levítico 22:31-33)
- Dios concluye:
“Guardad mis mandamientos y ponedlos por obra… No profanéis mi santo nombre, y seré santificado en medio de los hijos de Israel.” (v.31-32) - Él recuerda que fue quien los sacó de Egipto para ser su Dios (v.33).
- Por tanto, su obediencia debía ser respuesta a Su redención.
Versículo clave de Levítico 22:
Guardarán, pues, mi ordenanza, no sea que por ello lleven pecado y mueran por haberla profanado; yo Jehová soy el que los santifico. Levítico 22:9
En este capítulo, Dios continúa hablando a los sacerdotes acerca del respeto que debían tener hacia las ofrendas y las cosas santas. Les recuerda que no podían acercarse a lo consagrado de cualquier manera, porque estaban sirviendo al Dios santo que los había apartado. La obediencia en los detalles era una forma de honrar su presencia.
El versículo clave revela una verdad profunda: es Dios quien santifica. No somos santos por nuestras propias obras o esfuerzos, sino porque Él nos ha escogido y apartado para su gloria. Los sacerdotes debían guardar su ordenanza, no para ganar santidad, sino para vivir conforme a la santidad que ya les había sido otorgada por Dios.
Este principio sigue vigente para nosotros. Como hijos de Dios, somos llamados a vivir de manera que honremos su nombre, recordando que nuestra santidad no depende de nuestro mérito, sino de su gracia. Él nos ha hecho santos en Cristo, y ahora nos invita a vivir de acuerdo con esa identidad.
Oración:
Señor, gracias porque tú eres quien me santifica. No por mis méritos, sino por tu gracia me has apartado para ti. Ayúdame a vivir con reverencia y obediencia, honrando tu nombre en cada decisión. Que mi vida refleje que soy tuyo y que tu Espíritu me capacite para andar en pureza y fidelidad. Te entrego todo lo que soy, porque tú eres santo y digno de mi devoción. En el nombre de Jesús, Amén.