Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Filipenses 4:12-13
El éxito suele ser difícil de definir. Por lo general, lo asociamos con fama, dinero y poder. Sin embargo, si estos fueran los criterios más precisos para medirlo, nunca podríamos considerar al apóstol Pablo como un hombre “exitoso”.
¿Era famoso? Había sido una joven promesa dentro del liderazgo judío, pero entre los creyentes era infame y visto como un alborotador peligroso.
¿Era rico? Como hábil fabricante de tiendas, probablemente tuvo una buena posición económica. Pero cuando Jesucristo lo llamó a llevar el evangelio al mundo, su estatus financiero cambió rápidamente. Vivió el resto de su vida como un predicador itinerante, sosteniéndose a sí mismo durante sus viajes misioneros al practicar su oficio.
¿Era poderoso? A los ojos del mundo, Pablo era simplemente un predicador extraño y atrevido de un nuevo mensaje. Entraba y salía de prisión, frecuentemente enfrentado con quienes lo rodeaban, y además lidiaba con una aflicción no especificada (2 Corintios 12:7).
En sus propias fuerzas, Pablo era tan débil como cualquier hombre. Sin embargo, tenía acceso al poder más asombroso que el mundo había conocido: Jesucristo. Por eso, frente a su debilidad, el apóstol pudo exclamar:
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).
Y ese mismo poder está disponible para nosotros hoy. Sin importar los desafíos que enfrentemos, podemos experimentar el éxito a la manera de Dios.
Señor, ayúdame a redefinir el éxito según Tu perspectiva. Que no confíe en mis fuerzas, sino en Tu poder. Enséñame a depender plenamente de Ti y a vivir con la convicción de que todo lo puedo porque Tú me fortaleces. En El Nombre de Jesús, Amén.