No te impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia de los que hacen iniquidad. Porque como hierba serán pronto cortados, Y como la hierba verde se secarán. Confía en Jehová, y haz el bien; Y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad. Salmos 37:1-3
Cuando las personas hablan de sus deseos, a menudo citan con entusiasmo el Salmo 37:4. Nos encanta la idea de que el Padre nos dará aquello que anhelamos profundamente. Pero, lamentablemente, cuando nos enfocamos solo en recibir cosas buenas, pasamos por alto el contexto del salmo, que presenta una promesa divina con requisitos humanos.
El mayor interés de Dios no es complacernos, sino darnos más de Sí mismo. Las oraciones centradas en uno mismo pasan por alto el primer requisito para que la promesa se cumpla: deleitarse en el Señor. Se espera que disfrutemos pasar tiempo con Él, en comunión y servicio. A medida que leemos Su Palabra y oramos, experimentamos Su obra en nuestra vida, y nuestra fe en Él se profundiza.
Con el tiempo, nuestra creciente confianza indica que comenzamos a aprender los pensamientos y caminos de Dios. Él remodelará los deseos de nuestro corazón para que coincidan con los Suyos (Ezequiel 36:25-27), aunque lo que Él provea puede parecer muy diferente de lo que solicitamos. En lugar de darnos lo que creemos que queremos, Él concede la respuesta perfecta a nuestra oración.
Dios disfruta conceder nuestras peticiones, pero Su mayor gozo es escuchar que anhelamos conocerle más. Recibir los deseos de nuestro corazón es un resultado natural de deleitarnos en Dios y comprometernos con Sus caminos. Nuestra recompensa principal es la relación con un Dios amoroso que se ofrece a sí mismo a la humanidad.
Señor, enséñame a deleitarme verdaderamente en Ti más que en cualquier bendición terrenal. Transforma mis deseos para que reflejen Tu corazón, y purifica mis motivaciones cada día. Ayúdame a buscarte por quién eres, no solo por lo que puedes darme. Que mi mayor alegría sea conocerte, amarte y caminar contigo. En El Nombre de Jesús, Amén.