Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento. Mateo 14:31-32
Las tormentas son inevitables. En la naturaleza, los poderosos temporales dejan tras de sí un paisaje transformado. De manera similar, las circunstancias difíciles pueden alterar el panorama de nuestra vida.
Cuando surgen problemas, ¿cómo respondes? ¿Le dices al Señor: “Estoy haciendo lo que me pediste, así que ¿por qué está pasando esto?” Ese tipo de pensamiento asume que estar en el centro de la voluntad de Dios nos exime de las dificultades. En Mateo 14, aprendemos que Jesús instruyó a los discípulos a subir a la barca y adelantarse a la otra orilla. Mientras obedecían, se levantaron fuertes vientos y olas. Las tormentas pueden surgir incluso cuando estamos exactamente donde Dios quiere que estemos (Juan 16:33).
Otra pregunta que a veces hacemos es: “Padre, ¿qué hice mal?” Dios puede usar las pruebas para corregirnos, pero no todas las situaciones provienen de nuestros errores. Él puede permitir dificultades para perfeccionarnos—es decir, para madurarnos y hacernos crecer a la imagen de Cristo.
Dios utiliza diferentes circunstancias para entrenarnos y equiparnos, porque desea que cada uno de Sus hijos se convierta en un siervo fuerte y vital del Señor Jesucristo. Debemos recordar que nada puede sucederle a un creyente sin el permiso de Dios. En lugar de bajar la cabeza ante las luchas de la vida, levantemos la mirada al Señor y busquemos Sus propósitos en cada desafío.
Señor, cuando las tormentas de la vida se levanten, ayúdame a recordar que nada llega a mí sin pasar primero por Tus manos. Enséñame a confiar en Tu propósito aun cuando no entienda mis circunstancias. Fortalece mi fe, calma mi corazón y muéstrame lo que deseas formar en mí. Que cada prueba me acerque más a Ti y refleje Tu gloria. En El Nombre de Jesús, Amén.