Mas él conoce mi camino; Me probará, y saldré como oro. Mis pies han seguido sus pisadas; Guardé su camino, y no me aparté. Job 23:10-11
Imagina que vas a cenar a un restaurante elegante. La mesa está puesta con manteles de lino, porcelana fina y copas de cristal. El mesero coloca el plato frente a ti con gran elegancia, y en el centro de esa fina vajilla… ¡hay un solo malvavisco! En lugar de recibir una comida deliciosa, te sirven solo una nube de azúcar.
Si no tenemos cuidado, nuestra vida puede parecerse a esa comida decepcionante. En vez de ser creyentes que llevan un mensaje profundo y lleno de esperanza, podríamos terminar ofreciendo solo una dulzura superficial. Sin embargo, las buenas nuevas de Dios están destinadas a nutrir y sostener el alma.
Si el Señor está construyendo un mensaje valioso en nuestra vida, debemos recibir todo lo que ocurre como parte de Su propósito. Cuando una dificultad pasa por la voluntad permisiva de Dios, Él puede transformarla en bien. Muchas veces, quien ha sufrido puede compartir un mensaje de esperanza más eficazmente que quien nunca ha enfrentado el dolor (2 Corintios 1:3-5). En nuestros momentos de aflicción, buscamos consuelo en aquellos que han pasado por experiencias similares; del mismo modo, otros confiarán en nuestro consuelo cuando sepan que hemos conocido la pérdida o la decepción.
Sea cual sea la circunstancia, debemos preguntarnos qué está haciendo Dios en nosotros. Al buscar Sus propósitos y lecciones, aceleramos el momento en que nuestra vida reflejará el mensaje de esperanza que solo se encuentra en Cristo Jesús.
Señor, enséñame a ver Tus propósitos incluso en medio del sufrimiento. No permitas que las pruebas me vacíen, sino que me transformen en alguien capaz de consolar y animar a otros. Llena mi vida con Tu verdad y Tu esperanza, para que mi testimonio sea un alimento espiritual para quienes me rodean. Gracias porque todo lo que permites tiene un propósito redentor. En El Nombre de Jesús, Amén.