Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. Mateo 4:19-20
Las personas pueden darle a Dios muchas razones por las que no deberían ser llamadas a compartir el evangelio. Pero Su llamado no es una simple sugerencia o una invitación opcional; Él espera nuestra obediencia y rendición humilde.
Para los cristianos, la única respuesta adecuada al llamado de Dios es “Sí”. Es responsabilidad del Señor equiparnos para la tarea que nos asigna. Él tiene un plan para la vida de cada creyente y nos da el carácter, la pasión y los dones espirituales necesarios para cumplirlo. Nos forma y nos capacita para servir de acuerdo con Su propósito perfecto.
Dios determina Su llamado con sabiduría y discernimiento. Él sabe por qué nos creó y lo que somos capaces de hacer en Su fuerza (Efesios 2:10). Rechazar Su llamado es como decirle al Dios Todopoderoso que ha cometido un error. Pero rendirse a Él abre la puerta a una vida llena de servicio, bendición y gozo.
El trabajo misionero no siempre implica ir lejos. Puede suceder cerca o dentro de tu propio hogar. Puedes servir escribiendo a presos, ayudando en un programa infantil, colaborando en la iglesia o brindando alivio a quienes sufren. Un llamado misionero es, en esencia, hacer lo que Dios te pide donde Él te coloca.
Señor, gracias por llamarme a ser parte de Tu misión. A veces siento temor o me siento insuficiente, pero sé que Tú me equipas con todo lo necesario. Abre mis ojos para ver dónde puedo servirte hoy. Dame un corazón dispuesto, humilde y valiente para cumplir Tu voluntad. Que cada acto de mi vida refleje Tu amor y proclame Tu evangelio. En El Nombre de Jesús, Amén.