Números 5 – Pureza, restitución y el rito de los celos
Números 5 destaca el principio de que Dios habita en un pueblo que debe ser santo y justo.
El campamento no podía ser contaminado ni por impurezas físicas ni por injusticias morales o espirituales.
La expulsión de los impuros simbolizaba que el pecado rompe la comunión con Dios y con la comunidad, y solo la purificación podía restaurarla.
La ley de la restitución mostraba que el arrepentimiento verdadero requiere más que palabras: debe haber reparación del daño causado.
El rito de los celos, aunque difícil de entender desde una perspectiva moderna, reflejaba la seriedad del matrimonio ante Dios.
No se trataba de humillar a la mujer, sino de colocar la justicia en manos del Señor, evitando falsas acusaciones o injustos castigos humanos.
En el Nuevo Testamento, Cristo purifica de manera definitiva el “campamento” de Dios:
Él limpia nuestras impurezas, restaura nuestras relaciones y nos reconcilia con el Padre.
Su sacrificio elimina la necesidad de ritos externos, porque ahora el Espíritu Santo habita en nosotros como Su templo (1 Corintios 6:19).
Este capítulo nos recuerda que vivir en la presencia de Dios implica pureza personal, justicia hacia el prójimo y fidelidad en nuestras relaciones.
Dios no solo quiere habitar entre Su pueblo, sino también en un corazón limpio y sincero.
1. La pureza del campamento (Números 5:1-4)
- Jehová ordena a Moisés que saque del campamento a toda persona que esté impura por:
- Lepra.
- Flujo corporal.
- Contaminación por contacto con muertos.
- Lepra.
- Nadie que estuviera ceremonialmente impuro podía permanecer dentro del campamento donde habitaba la presencia de Dios (v.2-3).
- El propósito era preservar la santidad y la salud espiritual de la comunidad, porque Dios mismo moraba en medio de ellos.
- Israel obedeció este mandato fielmente (v.4).
2. La restitución por pecados contra el prójimo (Números 5:5-10)
- Dios enseña que cuando alguien peca contra otra persona, comete también una ofensa contra Jehová (v.6).
- El culpable debía confesar su pecado y restituir lo defraudado, añadiendo una quinta parte más (v.7).
- Si la víctima había muerto y no tenía familiares cercanos, la restitución se entregaba al sacerdote, junto con un carnero como sacrificio por el pecado (v.8).
- Además, las ofrendas sagradas presentadas por los israelitas pertenecían a los sacerdotes (v.9-10).
- Este principio muestra que la verdadera reconciliación incluye confesión, restitución y arrepentimiento genuino.
3. El rito de los celos (Números 5:11-31)
- Jehová establece un procedimiento para resolver casos de sospecha de infidelidad matrimonial cuando no había testigos.
- Si un marido sospechaba que su esposa había sido infiel, debía llevarla al sacerdote con una ofrenda de recordación (v.11-15).
- El sacerdote la presentaba ante Jehová, tomaba agua santa en un vaso de barro y echaba polvo del suelo del tabernáculo en el agua (v.16-17).
- Luego descubría la cabeza de la mujer y la hacía jurar solemnemente: si era inocente, quedaría libre; si era culpable, el agua de amargura le causaría maldición (v.19-22).
- El sacerdote escribía las maldiciones en un libro y las borraba en el agua que la mujer debía beber (v.23-24).
- Si había pecado, su cuerpo sufriría una señal visible de maldición; si no, quedaba limpia y sería fecunda (v.27-28).
- Este rito no era mágico, sino una prueba divina, que colocaba el juicio en manos de Dios, preservando la justicia y la pureza del matrimonio.
Versículo clave de Números 5:
Así apartaréis a los hijos de Israel de su inmundicia, a fin de que no mueran por sus inmundicias, por haber contaminado mi tabernáculo que está entre ellos. Números 5:3
En este capítulo, Dios ordena al pueblo que mantenga la pureza del campamento, apartando a los que estaban impuros por enfermedad o pecado, y estableciendo leyes para la restitución y la fidelidad. El propósito no era excluir a las personas, sino proteger la santidad de la presencia de Dios que habitaba en medio de ellos.
El versículo clave deja en claro que la pureza no era una simple regla externa, sino una condición necesaria para que la presencia divina permaneciera entre el pueblo. Dios es santo, y donde Él habita debe haber santidad. Mantener el campamento limpio era una forma de demostrar respeto y reverencia hacia Su presencia.
En nuestra vida espiritual, el principio sigue siendo el mismo. Si queremos disfrutar de la comunión con Dios, debemos cuidar la pureza de nuestro corazón. No se trata de perfección humana, sino de vivir en arrepentimiento constante, confesando nuestros pecados y permitiendo que el Espíritu Santo nos limpie. Cuando guardamos el “campamento” del alma limpio, la presencia de Dios permanece poderosa en nosotros.
Oración:
Señor, gracias porque habitas en medio de tu pueblo y también en mi corazón. Enséñame a cuidar mi vida espiritual y a mantenerla limpia delante de ti. Límpiame de toda impureza y perdona mis faltas. Que mi corazón sea un lugar digno de tu presencia, donde reine tu santidad y tu paz. En el nombre de Jesús, Amén.