Versículo:
Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Lucas 15:31–32
Comentario:
Cuando leemos sobre el hijo pródigo, nuestra atención suele centrarse en el asombroso amor de Dios, representado por el padre. Nos alegra saber que Él nos recibe de la misma manera cuando nos alejamos. Pero esta parábola también nos enseña algo importante sobre cómo amar a los demás.
- Dejar ir.
El padre tenía todo el derecho de negarse a conceder la insensata petición de su hijo menor, pero entendió que el joven ya se había ido emocionalmente. A veces, el acto más amoroso es también el más difícil: dejar ir a alguien. Cuando intentamos controlar los resultados, corremos el riesgo de interferir en la obra de Dios. - Esperar.
Después de dejar ir, debemos esperar pacientemente a que Dios obre en la vida de esa persona. Observa que el padre no fue en busca de su hijo; confió en que el Señor obrara a su tiempo. Tratar de arreglar la situación por cuenta propia puede impedir que se produzcan las consecuencias necesarias para la corrección y el crecimiento.
La única manera de responder de esta forma es teniendo confianza en los buenos planes del Señor:
“Cuando yo tenga miedo, en ti confiaré. En Dios, cuya palabra alabo, en Dios confío y no temeré.”
—Salmo 56:3-4
Dios ama a esa persona más de lo que tú puedes imaginar y sabe exactamente cómo alcanzarla. Tu papel no es controlar ni rescatar, sino orar y esperar hasta que el Padre traiga de vuelta al hijo pródigo.
Oración:
Señor, ayúdame a confiar en tu obra en la vida de quienes amo. Enséñame a soltarlos en tus manos y a esperar con fe, sabiendo que tu amor es más sabio y poderoso que el mío. En El Nombre de Jesús, Amén.