Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Mateo 1:21
Cuando el ángel del Señor se apareció a los pastores, les anunció una noticia gloriosa: el Salvador tan esperado había nacido. De pronto, se unió una multitud del ejército celestial que alababa a Dios, diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:13-14).
Pero la buena noticia que los ángeles proclamaron iba mucho más allá del nacimiento del niño en Belén. Anticipaba Su vida sin pecado, que lo calificaría para ser el Cordero de Dios que quitaría el pecado del mundo. Señalaba también Su crucifixión y Su gloriosa resurrección, por medio de las cuales el Padre aceptó el sacrificio de Cristo como pago perfecto por nuestros pecados. Además, incluía Su ascensión al cielo (Marcos 16:19) y el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés (Joel 2:28; Hechos 2:17), así como Su futura venida como Rey de reyes. Los ángeles se regocijaron porque la salvación había llegado (2 Corintios 6:2).
Jesús habló acerca del gozo porque deseaba que Sus seguidores experimentaran la plenitud de una relación viva con Él. Ese gozo profundo no depende de las circunstancias externas, sino que es fruto del Espíritu Santo que habita en nosotros.
Así como los ángeles celebraron Su nacimiento y los pastores alabaron a Dios, nosotros también podemos vivir con ese mismo gozo divino que brota de un corazón lleno del Espíritu. La verdadera alegría no viene de lo que tenemos, sino de quién tenemos: Cristo, nuestro Salvador.
Señor Jesús, gracias por venir al mundo para traerme salvación y vida eterna. Lléname con el gozo que solo Tu Espíritu puede dar. Que mi vida sea un reflejo constante de Tu amor y de la esperanza que hay en Ti. Ayúdame a vivir cada día con gratitud, celebrando Tu presencia en mi corazón. En el Nombre de Jesús, Amén.