Biblia Devocional en 1 Año: Levítico 12

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Levítico 12 – La purificación después del parto

Levítico 12 enseña que incluso en el don sagrado de la vida, el ser humano sigue afectado por la impureza del pecado y necesita ser purificado para acercarse a Dios. El flujo de sangre después del parto simbolizaba la fragilidad de la carne y la transmisión de una naturaleza caída.

Las leyes de purificación no condenaban la maternidad, sino que recordaban que la vida procede de Dios y que cada nacimiento debía reconocerse como un acto bajo Su gracia. La ofrenda por el pecado mostraba que incluso los momentos más naturales de la existencia humana necesitaban redención y santificación.

La provisión para los pobres (dos palomas en lugar de un cordero) revela la misericordia e igualdad del Señor: el acceso al perdón no dependía de los recursos materiales, sino del corazón que se acercaba con fe.

En Cristo, estas leyes encuentran su cumplimiento: Él nació bajo la ley (Gálatas 4:4) y fue presentado conforme a este mandato, aunque Su madre era pura. Así, Jesús santifica todo lo humano —incluso el nacimiento— mostrando que la redención abarca todos los aspectos de la vida.

Este capítulo nos recuerda que toda bendición, incluso la maternidad, debe ser reconocida delante de Dios con gratitud y humildad, y que la verdadera pureza proviene del sacrificio de Cristo, quien nos limpia de toda impureza y nos presenta santos ante el Padre.

  1. El nacimiento de un hijo varón (Levítico 12:1-4)
  • Jehová habla a Moisés y establece que cuando una mujer dé a luz un hijo varón, será inmunda siete días, como en el tiempo de su menstruación (v.1-2).
  • Al octavo día, el niño debía ser circuncidado, como señal del pacto de Dios con Abraham (v.3).
  • Después de eso, la madre debía permanecer treinta y tres días purificándose de su sangre, durante los cuales no podía tocar cosa santa ni entrar en el santuario (v.4).
  • En total, la purificación tras el nacimiento de un varón duraba cuarenta días.

2. El nacimiento de una hija (Levítico 12:5)

  • Si daba a luz una hija, la madre era inmunda dos semanas y debía permanecer sesenta y seis días purificándose de su sangre.
  • En total, la purificación duraba ochenta días, el doble del tiempo requerido para un varón.
  • Esto no implicaba inferioridad del sexo femenino, sino una enseñanza simbólica sobre la transmisión de la impureza y la necesidad de purificación total en la procreación humana.

3. Los sacrificios de purificación (Levítico 12:6-8)

  • Al cumplirse los días de su purificación, la mujer debía traer al sacerdote un cordero de un año como holocausto y un pichón o tórtola como ofrenda por el pecado (v.6).
  • El sacerdote ofrecía los sacrificios y hacía expiación por ella, quedando limpia de su flujo de sangre (v.7).
  • Si no podía ofrecer un cordero, podía traer dos tórtolas o dos palominos, uno para holocausto y otro para expiación (v.8).
  • Esta misma provisión fue la que ofrecieron José y María cuando presentaron al niño Jesús en el templo (Lucas 2:22-24).

Versículo clave de Levítico 12:

Y el sacerdote ofrecerá uno como holocausto y el otro como expiación; y será limpia la mujer de flujo de su sangre. Esta es la ley para la que diere a luz varón o hembra. Levítico 12:7

En este capítulo, Dios da instrucciones relacionadas con la purificación después del parto. Aunque estas leyes pueden parecer extrañas desde una perspectiva moderna, su propósito era enseñar al pueblo sobre la pureza, la vida y la santidad. El nacimiento de un hijo era motivo de gozo, pero también recordaba la realidad del pecado y la necesidad constante de limpieza espiritual.

El sacrificio que la mujer debía presentar —uno como holocausto y otro como expiación— simbolizaba tanto gratitud por la nueva vida como reconocimiento de la dependencia total de Dios para la purificación. Todo apuntaba a la verdad de que solo Dios puede limpiar completamente y restaurar la comunión con Él.

Este pasaje nos recuerda que la pureza espiritual no se logra por ritos ni esfuerzos humanos, sino por la obra perfecta de Cristo. María, la madre de Jesús, también cumplió esta ley (Lucas 2:22-24), y fue precisamente su Hijo quien vino a traer la verdadera purificación del corazón. En Él, toda impureza es quitada y somos presentados santos ante Dios.

Oración:

Señor, gracias porque en Cristo me has dado una limpieza completa y permanente. Ayúdame a vivir cada día consciente de mi necesidad de ti, y a depender siempre de tu gracia para mantener mi corazón puro. Gracias por la nueva vida que me das en Jesús y por la comunión que ahora tengo contigo. Que mi vida sea un reflejo de gratitud y santidad. En el nombre de Jesús, Amén.